¿Cómo el COVID-19 afectó la salud mental de los no infectados?

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La pérdida de memoria, la niebla mental, el cansancio y la dificultad para concentrarse pueden ser síntomas de COVID prolongado. Sin embargo, los científicos creen que las personas que no han tenido coronavirus también sufren mayor cansancio, problemas para tomar decisiones y falta de concentración debido a la pandemia.

CIENTÍFICOS DEMOSTRARON QUE LA INFLAMACIÓN CEREBRAL PUEDE AFECTAR TAMBIÉN A QUIENES NUNCA CURSARON LA INFECCIÓN

Los expertos señalan que la incertidumbre, la falta prolongada de contacto social y la interrupción de las rutinas han afectado la salud mental y moldeado un “cerebro pandémico”.

Una nueva investigación demostró que las alteraciones en el estilo de vida durante la pandemia de COVID-19 pueden haber desencadenado una inflamación en el cerebro que contribuye a la fatiga, las dificultades de concentración y la depresión, incluso para aquellos que nunca se infectaron con el SARS-CoV-2.

El estudio, que fue realizado por un equipo dirigido por investigadores del Hospital General de Massachusetts, se publicó en la revista especializada Brain, Behavior, and Immunity.

Además de provocar 440 millones de contagios y casi 6 millones de muertes en todo el mundo, la pandemia de COVID-19 ha causado importantes trastornos sociales y económicos que han afectado la vida de la población mundial de múltiples maneras.

Además, desde el comienzo de la pandemia, la gravedad y la prevalencia de los síntomas de angustia psicológica, fatiga, confusión mental y otras afecciones han aumentado considerablemente, incluso entre las personas que no están infectadas con el SARS-CoV-2.

Para obtener una mejor comprensión de los efectos del pandemia de coronavirus en el cerebro y la salud mental, los investigadores analizaron datos de imágenes cerebrales, realizaron pruebas de comportamiento y recolectaron muestras de sangre de múltiples voluntarios no infectados: 57 antes y 15 después de que se implementaran las medidas de confinamiento estricto. establecidas en varios países para limitar la movilidad así frenar la propagación del coronavirus.

Después de los confinamientos, los participantes del estudio demostraron niveles cerebrales elevados de dos marcadores de neuroinflamación: la proteína translocadora (medida mediante tomografía por emisión de positrones) y el mioinositol (medido mediante espectroscopia de resonancia magnética), en comparación con los participantes previos al confinamiento.

Los niveles en sangre de otros dos marcadores inflamatorios (la interleucina-16 y la proteína quimioatrayente de monocitos-1) también se elevaron en los participantes posteriores al confinamiento, aunque en menor medida.

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Los participantes que informaron una mayor carga de síntomas relacionados con el estado de ánimo y la fatiga mental y física mostraron niveles más altos de proteína translocadora en ciertas regiones del cerebro, en comparación con los que informaron pocos o ningún síntoma. Además, los niveles más altos de proteína translocadora posteriores al confinamiento se correlacionaron con la expresión de varios genes implicados en funciones inmunitarias.

Si bien la investigación sobre el COVID-19 ha visto una explosión en la literatura científica, el impacto de las alteraciones sociales y del estilo de vida relacionadas con la pandemia en la salud del cerebro entre los no infectados ha permanecido poco explorado”, dijo la autora principal Ludovica Brusaferri, becaria de investigación postdoctoral en el Hospital General de Massachusetts (MGH) y la Escuela Médica de Harvard.

Nuestro estudio muestra un ejemplo de cómo la pandemia ha impactado en la salud humana más allá de los efectos causados directamente por el propio virus”, indicó la investigadora .

El autor principal Marco L. Loggia, codirector del Centro de Neuroimagen Integral del Dolor en MGH y la Facultad de Medicina de Harvard, señaló que reconocer el papel de la neuroinflamación en los síntomas experimentados por muchos durante la pandemia podría señalar posibles estrategias para reducirlos.

“Por ejemplo, las intervenciones conductuales o farmacológicas que se cree que reducen la inflamación, como el ejercicio y ciertos medicamentos, podrían resultar útiles como medio para reducir estos molestos síntomas”, señaló Loggia.

El investigador principal agregó que los hallazgos también brindan más apoyo a la noción de que los eventos estresantes podrían estar acompañados de inflamación cerebral. “Esto podría tener una implicación importante para el desarrollo de intervenciones para una gran cantidad de trastornos relacionados con el estrés”, concluyó.