La historia de éxito de Morgan Freeman

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Morgan Freeman
Morgan Freeman

Morgan Freeman vio su primera película cuando tenía seis años. En aquella época, para poder pagar los 12 céntimos que valía la entrada de un cine matinal, se dedicaba a vender botellas vacías de leche y refresco que buscaba por las calles. Ya entonces tenía claro que quería dedicarse al arte de la interpretación.

TIENE UNA CARRERA DE MÁS DE 50 AÑOS Y ES UNO DE LOS MEJORES PAGADOS DE HOLLYWOOD

Sin embargo, tuvieron que pasar dos décadas para que, rozando la treintena, su carrera actoral diera comienzo, sobre las tablas neoyorquinas, con un papel en una producción del musical Hello Dolly! en la que también estaban Pearl Bailey y Cab Calloway.

El actor, nacido en 1937 en Memphis, tenía nueve años cuando se subió por primera vez a un escenario. Llegó a alistarse en el ejército, como muchos otros hombres sin dinero hacían en los años cincuenta, y trabajó como mecánico en las fuerzas aéreas estadounidenses.

“Me gradué en 1955”, contó. “El Tribunal Supremo había abolido un año antes la separación por razas. Nuestro mundo se puso patas arriba. De un día para otro podíamos beber en las mismas fuentes que los blancos, ir a los mismos restaurantes y usar los mismos baños”.

El de Tennessee aterrizó en 1959 en la ciudad de Los Ángeles, donde al principio tuvo que ponerse a ejercer como mecanógrafo para ganarse unas perrillas. Pero aquel muchacho soñador estaba determinado a recuperar el tiempo perdido y aprovecharlo mejor. Acabó conociendo a gente que le puso en contacto con una escuela de interpretación que admitía negros y, tras formarse un poco, participó en una obra sobre el Movimiento por los Derechos Civiles que resultó un éxito.

 

Los inicios de Morgan Freeman

Tras debutar en la pequeña pantalla de la mano de un programa educativo para niños titulado The Electric Company, Freeman comenzó a abrirse un hueco en el mundo del cine con títulos como Who Says I Can’t Ride a Rainbow! (1971) —su primera aparición acreditada—. Lo hizo en pleno boom de la blaxploitation, que permitió a muchos actores negros de su generación trabajar frente a las cámaras, mostrando a menudo de manera cruda la vida en los guetos afroamericanos.

Su papel de proxeneta en El reportero de la calle 42 (1987) le dio la primera de sus cinco nominaciones al Oscar con 50 años. El propio actor explicaría luego que, en cierto modo, ese rol era su papel favorito, porque le permitió acceder a una parte de sí mismo en la pantalla que no ha vuelto a usar jamás.

Después vino su magistral trabajo en Paseando a Miss Daisy (1989), donde encarnó al amable chófer negro de una antipática septuagenaria. Este personaje le valió una nominación a la estatuilla dorada, aunque Freeman se ha referido alguna vez al filme como “el gran error” de su carrera, porque en cierto modo llevó a que lo encasillaran en papeles de hombre de temperamento calmado y de líderes con autoridad que parecen fiables (aunque muchas veces no lo sean en realidad).

Aunque si de algo puede presumir Freeman, militante antirracista confeso, es de ser el intérprete negro que ha encarnado más personajes cuya raza no estaba especificada en el guion. “No tengo la sensación de que los actores negros jóvenes estén en deuda conmigo, pero una de las bendiciones de mi carrera ha sido poder interpretar personajes que no tenían una etiqueta”, confesó a un periodista.

Así ocurría en Cadena perpetua (1994), donde dio vida a un preso proveedor de productos del mercado negro que, en la novela de Stephen King, era un hombre pelirrojo de origen irlandés.

Estrellas como Paul Newman, Clint Eastwood o Harrison Ford fueron tanteadas en un principio para el papel que Freeman interpretó en ese drama carcelario de Frank Darabont. Un filme que no hizo demasiado ruido en un principio, pero que logró obtener siete nominaciones a los Oscar (una de ellas fue para el actor), y en los últimos años ha encabezado varias veces el ránking de películas mejor calificadas de IMDb.

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Grandes éxitos para caprichos

También puede sacar pecho Freeman de los buenos beneficios que le reporta su caché como actor. Y para muestra, un botón: aparecer durante diez minutos en Oblivion (2013) —de la que un crítico de The Guardian comentó que “dura demasiado, moviéndose lentamente de manera consciente, y parece uno de esos proyectos muy caros que se han escrito y reescrito muchas veces”— engrosó sus cuentas con 1,76 millones de euros.