Rafael Caro Quintero era el narcotraficante que más tiempo llevaba activo hasta su detención
―¿Por qué sonríe tanto? ¿La vida lo ha tratado bien?
―Sí, me ha tratado bien porque estoy vivo.
Así le respondió Rafael Caro Quintero a un periodista el día de 1985 que entró por primera vez en una cárcel. Lo acababan de pillar con su novia en Costa Rica, tenía 33 años y era el mayor traficante de marihuana del mundo. El viernes pasado lo detuvieron otra vez en Sinaloa, a 150 kilómetros del pueblo donde nació y desde donde dirigía un pequeño ejército que siembra el terror en el norte de Sonora.
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En un mundo de capos del narcotráfico, haber llegado vivo a los 33 años ya era un lujo, pero seguirlo a los 69 es un privilegio premiado con una jubilación en libertad. Sin embargo, Caro Quintero respondió a esa misma libertad como la fábula del escorpión y la tortuga: traficando con droga.
Nacido en 1952 en el municipio de Badiraguato, Sinaloa, la tierra natal de narcos como Joaquín El Chapo Guzmán y Ernesto Fonseca, Don Neto, su vida suma a partes iguales habilidad empresarial, amores y violencia que lo condujeron a lo más alto del narcotráfico en un tiempo récord. Si existiera un retrato robot de los grandes capos de los años 80 en México, Caro Quintero, sería un buen ejemplo.
Hijo de una pareja de campesinos que tuvieron 10 hijos, sobrino de Lamberto Quintero y primo de Amado Carrillo Fuentes, El señor de los cielos, conocido así por su habilidad para meter las avionetas en Estados Unidos, Caro Quintero apenas sabía leer y escribir al empezar en el negocio, pero su olfato empresarial lo hizo rico con la marihuana en pocos años.
Antes de cumplir los 30, levantó un centro de producción de droga de 600 hectáreas, el más grande que se ha visto nunca y tenía a sueldo a policías, militares, políticos y jueces de todo el país. Caro Quintero revolucionó el mundo de la marihuana cuando logró reproducir masivamente plantas hembra, sin semillas, que además ocupaban menos espacio.
En su finca de El Búfalo trabajaban 4.000 campesinos y de ella salían cada día camiones cargados de marihuana gracias al sofisticado sistema de regadío y la construcción de los primeros invernaderos de todo México. La marihuana de Caro Quintero no solo era la favorita de los consumidores, sino que metía más camiones y avionetas que nadie en Estados Unidos.
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Por aquel entonces, El Chapo Guzmán era solo un sicario del cartel que Caro Quintero dirigía junto a Don Neto y Félix Gallardo. Uno producía hierba a mansalva, otro introducía la cocaína colombiana y otro coordinaba las estrategias para mover camiones y avionetas hacia Estados Unidos. Juntos eran el cartel de Guadalajara, que luego se convirtió en cartel de Sinaloa, el más poderoso del país hasta hace unos años, con la irrupción de Jalisco Nueva Generación.
Un día de noviembre de 1984, cientos de soldados se presentaron en el lugar, detuvieron a todos los trabajadores y quemaron las 8.000 toneladas de marihuana que encontraron, en lo que a día de hoy sigue siendo la mayor incautación de droga en un solo lugar. La prueba definitiva para localizar el campamento fue una foto área del enorme campamento, que forzó a México actuar ante las presiones de Estados Unidos.
Tras el golpe, Caro Quintero juró venganza y tres meses después mató a Kiki Camarena Salazar, un agente de la DEA que había logrado infiltrarse en la finca, y al piloto de la avioneta. Pero no lo hizo de cualquier forma: los torturó durante semanas mientras un médico los mantenía a toda costa con vida para que su jefe pudiera torturarlos durante más tiempo. La DEA, desde entonces, juró venganza.
Eran los tiempos en los que los narcos iban a bares, presumían de su dinero en discotecas, cerraban puticlubs o se fotografiaban con ministros y gobernadores, donde aparecían como exitosos empresarios llegados del campo.
En uno de los bares, Caro Quintero, un tipo guapo y seductor de modales campesinos, que apenas había terminado la primaria, conoció a Sara Cosío Vidaurri, una niña de la alta y conservadora sociedad tapatía, de 17 años, sobrina del ex Gobernador de Jalisco, Guillermo Cosío Vidaurri.
Con la DEA pisándole los talones, huyó con ella a Costa Rica. La familia denunció que había sido secuestrada y el culebrón de su huida fue seguido tanto en las revistas del corazón como en los periódicos. El día que la joven llamó a sus padres para decir que se encontraba bien, la llamada fue interceptada. Cuando la policía entró en la casa de los Bonnie y Clyde de Sinaloa, ella les dijo: “No estoy secuestrada, estoy enamorada”, cuentan las crónicas de la época.
Tras pasar 28 años en cinco cárceles diferentes, Caro Quintero logró la libertad en 2013 con una argucia legal. Un juez decidió que no debía haber sido juzgado por un tribunal federal, sino por uno de su pueblo y lo dejó en libertad las horas suficientes para que pudiera escapar. Así, a los 59 años, el viejo capo volvía a la libertad y a la clandestinidad.
En las imágenes difundidas de aquel día no quedaba nada del joven provocador y sarcástico al que le gustaban las entrevistas en televisión. En ellas, aparece como un viejo que había decidido abandonar la vida criminal. La realidad, sin embargo, es que volvió a armar un pequeño ejército y volvió a las andadas en lugares como Caborca o San Luis Río Colorado, donde trataba de abrirse paso a tiro limpio en el mundo del crimen organizado.
Cuando la tarde del viernes fue capturado, la marina dijo que se escondía en unos matorrales y que una perra de la fiscalía lo encontró cuando lo perseguía. En las imágenes, sin embargo, aparece un hombre correctamente vestido, con los pies intactos de barro, con chaqueta y una camisa bien planchada. 40 años después del asesinato de Kiki Camarena, la DEA lo mantenía como su objetivo número uno en la lista de los delincuentes más buscados y ofrecía 20 millones de dólares por su captura.