Murió el agente del FBI que se hizo millonario revelando secretos a Rusia

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Murió el agente del FBI que se hizo millonario revelando secretos a Rusia
Murió el agente del FBI que se hizo millonario revelando secretos a Rusia

Robert Hanssen era agente del FBI. Un ciudadano aparentemente ejemplar, católico convencido, miembro del Opus Dei, amante esposo y padre de seis hijos. Pero tras esa fachada, y sus alias -”Ramón García” o “B”– se ocultó durante décadas uno de los espías estadounidenses más valiosos para la Unión Soviética y Rusia hasta su captura en febrero de 2001. Condenado a cadena perpetua en 2002, el hombre al que el FBI describe como “el espía más dañino para los servicios de inteligencia de EE UU” ha fallecido el lunes en una cárcel federal en Colorado a los 79 años, por causas que no se han revelado.

ROBERT HANSSEN QUIEN DURANTE TRES DÉCADAS, SUMINISTRÓ INFORMACIÓN A MOSCÚ MURIÓ EN LA CÁRCEL

Según un comunicado de la prisión, Hanssen fue encontrado inconsciente durante la mañana en su celda en la prisión ADX Florence, una de las de mayor seguridad en Estados Unidos, donde se encuentran algunos de los delincuentes considerados más peligrosos. No respondió a los intentos por revivirle y se le declaró muerto poco después.

Se extinguía así en prisión la vida de uno de los hombres que más perjudicó a los servicios secretos estadounidenses y la seguridad nacional de su país a lo largo de más de tres décadas. Actuó, al parecer, movido no por convicción -sus principios cristianos le convertían en un anticomunista convencido- sino por resentimiento (se sentía desaprovechado como analista del FBI) y por dinero: por la venta de algunos de los mayores secretos del FBI recibió pingües pagos de diamantes y dinero, mucho dinero: 1,4 millones de dólares de la época, para un hombre cuyo sueldo en 1985 rondaba los 46.000 dólares anuales (equivalentes a unos 130.000 euros actuales).

Parte de ese dinero, al parecer, se destinó a pagar los gastos corrientes del hogar, y las matrículas en colegios privados de sus hijos. Otra parte pudo ir a parar a bailarinas y strippers, una de las aficiones de su doble vida -tras su detención también se le encontraron grabaciones clandestinas de encuentros sexuales con su esposa- incompatibles con su recta personalidad pública.

A él se debió que los servicios secretos rusos conocieran la existencia de un túnel bajo la embajada de su país en Washington, utilizado por el FBI para obtener información sobre la potencia rival. Vendió también los planes estadounidenses en caso de una posible guerra nuclear y las identidades de los informantes rusos de la CIA y el FBI. Al menos tres fueron ejecutados como resultado de los soplos de Hanssen. Entre ellos, el célebre general Dmitri Poliakov, apodado “Sombrero de Copa” y que suministró datos de inteligencia a Washington entre las décadas de los sesenta y los ochenta.

Hanssen entregó, en palabras de un informe del FBI en 2007, “miles de páginas de documentos altamente clasificados, y docenas de disquetes de ordenador que detallaban las estrategias de Estados Unidos en caso de una guerra nuclear, avances fundamentales en tecnología de armamento militar, información de casos activos de espionaje y muchos otros aspectos del programa de la comunidad de inteligencia estadounidense para la contrainteligencia frente a los soviéticos”.

Su acceso a la información del FBI le permitió evadir sistemáticamente durante años cualquier sospecha de que él pudiera ser el topo que estaba filtrando tanta información valiosa. De puertas para afuera se mantenía su fachada de probo funcionario, un pilar de la comunidad católica conservadora en los alrededores de Washington. Ni siquiera sus contactos soviéticos conocían su verdadera identidad, solo sus alias.

El FBI le confió algunos de los secretos más delicados del gobierno de Estados Unidos y en lugar de sentir que tenía que estar a la altura de este honor, Hanssen supuestamente abusó y traicionó esa confianza”, declaraba el entonces director del FBI, Louis Freeh, cuando finalmente el espía fue detenido en 2001.

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Hanssen había entrado en el FBI en 1975. Desde 1979 empezó a suministrar información a la potencia enemiga pero su esposa le descubrió una noche con papeles comprometedores en el sótano de su casa. El le contó que se trataba de una trampa que la Oficina preparaba a espías soviéticos, pero ella le obligó a confesarse ante un sacerdote del Opus y renunciar a esas actividades. La abstinencia no duró demasiado. En 1985 quedó asignado a unas oficinas clave de la Policía federal: el departamento de contraespionaje en Nueva York, a cargo de detectar posibles espías extranjeros. Era una promoción. Pero una promoción muy cara para una familia numerosa en una de las ciudades más costosas de Estados Unidos. Él mismo volvió a ofrecer sus servicios a la inteligencia militar soviética.

En 1994, los servicios de inteligencia estadounidense detuvieron a otro célebre espía, Aldrich Ames, alto funcionario de la CIA al que se le atribuye haber suministrado a Moscú los datos que llevaron al arresto y ejecución de diez informantes rusos. Parecía que se había localizado al autor de las filtraciones que llevaban de cabeza a la comunidad de inteligencia. Pronto los responsables de asuntos internos se dieron cuenta de que no era así. Otro “topo” permanecía suelto.

Los investigadores obtuvieron un documento que vinculaba al agente con los servicios secretos rusos. Una pesquisa urgente se puso en marcha: Hanssen estaba a punto de jubilarse, y había que sorprenderle con las manos en la masa. Se le puso al frente de un proyecto falso en la sede central del FBI, en Washington, donde estaba vigilado de manera permanente.

Finalmente, el espía fue detenido el 18 de febrero de 2001 cuando salía de un parque en el condado de Fairfax, en el estado de Virginia y en las cercanías de Washington, tras haber dejado en un escondite documentos para sus contactos. Su comentario fue : “¿por qué han tardado tanto?”.