Wayne Williams: el fotógrafo que mató a ‘los niños de Atlanta’

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Wayne Bertram Williams
Wayne Bertram Williams

“Un niño prodigio”. Así describió el periodista español José María Carrascal a Wayne Bertram Williams durante su etapa como corresponsal en Estados Unidos.

MONSTRUO FUE ACUSADO DE 29 CRÍMENES Y CONDENADO SOLO POR DOS

Nacido el 27 de mayo de 1958 en Atlanta (Estados Unidos), creció en una familia modesta y con buenos valores donde sus padres se dedicaban a profesiones de lo más creativas.

Con trece años, construyó en el desván de su casa su primera estación radiofónica casera, la WRAP. Aquellas dotes comunicativas le hicieron muy popular en su barrio y en dos años, logró que su emisora progresase.

En 1973, la WRAP creció en potencia y en inversión publicitaria convirtiéndose en la WRAZ.

El éxito fue tal que la WRAZ llegó a unirse a una red de emisoras mayor y a retransmitir a una gran audiencia. Por entonces, el muchacho ya era toda una celebridad en Atlanta, pero una mala gestión económica hizo que declarasen a esta radio en bancarrota y que Wayne tuviese que reinventarse.

Se dedicó a deambular en su vehículo por los distintos barrios de la comunidad negra de Atlanta en busca del nuevo Michael Jackson. Se acercaba a menores de edad, charlaba con ellos, les pedía que hiciesen una audición… Todo ello ocurrió al mismo tiempo que numerosos niños de color desaparecieron y murieron asesinados de forma misteriosa.

EL PERFIL DE ‘ATKID’

El primero de los crímenes que se atribuyó al llamado ‘ATKID’ (la sigla que el FBI puso al ‘Atlanta Child Murders’, el ‘asesino de los niños de Atlanta’) fue el de Edward Hope Smith. Desapareció en julio de 1979, con apenas catorce años, y su cuerpo se descubrió una semana después en una zona boscosa.

Recibió un tiro en la espalda. Cuatro días después y no muy lejos de allí, localizaron el cadáver de Alfred Evans, de trece años. Fue estrangulado.

A Milton Harvey, de catorce, se lo encontraron cerca de un basurero tras salir a hacer recados en su bicicleta. En cuanto a Yusef Ali Bell, de nueve años, lo estrangularon y dejaron su cuerpo en una escuela abandonada. La Policía tan solo contaba con una única pista: el testimonio de un vecino que aseguró ver cómo se subía a un “carro azul”.

De la mano de los analistas del FBI, se desarrolló un perfil de la persona que estaba matando a los niños. Al igual que sus víctimas, el responsable era afroamericano porque, según el informe, una persona blanca “no podía viajar fácilmente en vecindarios negros sin crear una gran sospecha”.

Otros rasgos que destacaron del autor fueron: no tenía un trabajo fijo, poseía una inteligencia superior a la media y su figura inspiraba cierto respeto y autoridad. Respecto a esto último, el informe apuntaba que el sospechoso sentía cierta admiración por la Policía, algo que se traducía en un aspecto que imitaba a los agentes.

Es decir, que podía llevar gafas oscuras, bigote grande, conducir un vehículo similar a los coches patrulla o, incluso, tener por mascotas a perros policiales. El fin del asesino era la búsqueda de poder.

En cuanto al patrón de sus víctimas era siempre idéntico: mayoritariamente niños y jóvenes afroamericanos que vivían en la misma área de Atlanta y que se conocían entre sí.

EL ‘CHAPOTEO’

Cuando los asesinatos alcanzaron la cifra de 24, Douglas propuso que los agentes de la zona hiciesen turnos para vigilar puentes que diesen al río. El analista del FBI estaba convencido que el responsable volvería a actuar y que podrían pillarle in fraganti. Y así fue.

Eran casi las tres de la madrugada del 22 de mayo de 1981 y, al volante, se encontraba Wayne Williams, de 23 años.

Los oficiales detuvieron el vehículo y le preguntaron el motivo de su viaje. Williams respondió que estaba comprobando la dirección de un local donde tenía previsto hacer una audición a una cantante a la mañana siguiente. Les facilitó el nombre del pueblo y el de la joven, además de un teléfono. Lo dejaron marchar. Pero dos días después, otro cadáver apareció en el río. Era Nathaniel Cater, de 27 años.

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El nuevo crimen y que Williams mintiese sobre su coartada fueron el detonante para su inmediata detención. Además, en los registros de la casa y del carro hallaron pelo de perro y fibras de alfombra compatibles con las encontradas en una de las últimas víctimas.

Tras su arresto el 21 de junio de 1981, tan solo fue acusado de los cargos por asesinato en primer grado de Nathaniel Cater y Jimmi Ray Payne, los hombres hallados en último lugar. La Policía de Atlanta y el FBI no pudieron demostrar que Williams perpetró los otros veintisiete crímenes.

El juicio contra el cazatalentos se inició el 6 de enero de 1982 en el condado de Fulton y durante cinco meses, tanto el juez afroamericano como los doce miembros del jurado (ocho personas negras y cuatro blancas), escucharon el testimonio de testigos oculares que relacionaban al acusado con sus víctimas antes de los homicidios y vieron las pruebas circunstanciales en cuanto a las fibras se refiere.

De hecho, los familiares de las otras veintisiete víctimas llegaron a creer en la inocencia de Williams y la necesidad de “investigar hacia otros caminos” para encontrar al culpable.

SU VIDA EN TELEVISIÓN

También hubo momentos donde se pudo ver a Williams completamente encolerizado y gritando a los presentes. “¡Usted pretende hacerme coincidir con ese perfil del FBI, pero yo no voy a ayudarlo!”. No fue la única salida de tono. El procesado llamó “gorilas” a los policías que llevaron el caso y a los fiscales los tachó de “ineptos”, unos arrebatos que no encajaban con esa aparente inocencia y tranquilidad que describía la defensa.

Aquellos instantes de alteración, descontrol y violencia calaron en los miembros del jurado que, tras doce horas de deliberación, lo declararon culpable de los asesinatos de Cater y Payne. Pese a ese “soy inocente” que llegó a musitar el acusado, el juez lo condenó a dos cadenas perpetuas consecutivas y a cumplirlas en la prisión estatal.

En la actualidad, las autoridades mantienen la certeza de que Williams es el único responsable de todos los crímenes.