John Belushi, la estrella fugaz de Hollywood

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John Belushi
John Belushi

La mañana del 5 de marzo de 1982, Bill Wallace golpeó varias veces las puertas del bungalow número 3 del Hotel Chateau Marmont, un legendario alojamiento de estrellas en Los Ángeles. No se sorprendió por la falta de respuesta. Estaba acostumbrado. Había calculado tener que despertar a John Belushi, ayudarlo a despabilarse y convencerlo para iniciar el entrenamiento.

LAS DROGAS DESTRUYERON SU VIDA A LOS 33 AÑOS

Tampoco lo asustó cómo encontró el lugar, parecía un campo de batalla. Ropa tirada por todos lados, comida podrida, pilas de platos sucios sobre la alfombra, decenas de latas de cerveza abolladas, botellas de vodka vacías, etc. Cuando Wallace, personal trainer y ocasional guardaespaldas, se asomó a la habitación no dio un paso más. Desnudo, en posición fetal, con la piel de un color grisáceo, John Belushi, el mejor actor cómico de su generación, yacía muerto en la cama deshecha.

 

Tenía 33 años aunque parecieran muchos más.

John Belushi integró el primer elenco de Saturday Night Live, el programa legendario de televisión creado por Lorne Michaels. Fue elegido por la Rolling Stone como el mejor actor de la historia del show cómico. Un ranking en el que también estaban Bill Murray, Eddie Murphy, Billy Crystal, Adam Sandler, Dana Carvey, Chris Farley, Chevy Chase y casi todos los grandes cómicos norteamericanos del último medio siglo. Fue quién mejor representó el espíritu del programa.

También triunfó en cine y tuvo un disco número uno en los charts. Y fue la imagen del desmadre, del exceso, del descontrol de una época.

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Sin embargo, cuanto más famoso era más abusaba de las sustancias. Michaels lo suspendió varias veces y en alguna ocasión no estuvo en condiciones de salir al aire, años después su estado era peor. Su conducta se había vuelto impredecible. Le costaba recordar la letra, se lo veía desmejorado. Había engordado mucho y la cara se había llenado de grietas y ojeras.

El camino que había iniciado Chevy Chase de abandonar el programa para dedicarse al cine fue seguido por él. Los productores de Hollywood se peleaban por tener a los miembros de SNL en sus películas.

Pero tuvo tres fracasos consecutivos, Belushi buscaba denodadamente un éxito. Quería llevar adelante un proyecto propio basado en un caso policial real, De Niro y Sergio Leone lo querían para Érase una vez en América (el papel lo hizo James Wood), Aykroyd deseaba que fuera uno de los Cazafantasmas.

En marzo de 1982 se reunía periódicamente con productores para definir su futuro cinematográfico. Los que compartieron esos encuentros con él describen su pésima forma, la dificultad para prestar atención durante un tiempo mayor a los cinco minutos, su discurso poco coherente y una dudosa higiene personal.

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“Yo maté a John”

Pocas semanas después de que lo encontraran sin vida, la causa estaba cerrada. Muerte accidental. Muerte por sobredosis. Pero la tapa de un tabloide, la del National Enquirer, a principios de junio provocó que el fiscal pidiera la reapertura y una detención inmediata. Título catástrofe (en todas las acepciones): YO MATÉ A JOHN BELUSHI. Kathy Smith era una mujer de profesión incierta. Había sido una activa groupie a mediados de los setenta, pero las bandas buscaban siempre chicas de la misma edad; y ella iba cumpliendo años. Tuvo que dedicarse a otra cosa. Siguió en el ambiente tratando de sobrevivir con su encanto y con bolos en series y películas, o como corista de bandas clase B. Hasta que desarrolló un nuevo oficio: le hacía mandados a los famosos. Era una especie de facilitadora. Claro está, que muy rápidamente esas diligencias se transformaron en algo más. Kathy había pasado los últimos días en el bungalow N° 3 del Chateau Marmont junto a Belushi. Como a él le daban aprensión las jeringas, era ella quien le inyectaba el Speedball, esa mezcla de heroína y cocaína que durante la autopsia encontraron en la sangre del actor. La velada fatal Belushi le pidió que no lo abandonara. Kathy le dijo que iba a hacer unas compras y volvía. Pero al regresar, varias horas después, desde lejos supo que algo andaba mal. En las afueras del hotel había ambulancias, patrulleros, periodistas y muchos curiosos.

Unos meses después, Kathy dio esa entrevista que hizo que pidieran su detención. Por ella cobró 15.000 dólares. La acusaron de homicidio y por tráfico de drogas. La condenaron a tres años de prisión por homicidio involuntario, de los cuales cumplió detenida quince meses.