John Cusack  de ser un galán a pasar desapercibido en Hollywood

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John Cusack
John Cusack

Algunos dicen que  corrió la suerte de la película que lo consagró hace ya más de dos décadas. “Alta Fidelidad” (2000) fue la comedia de culto que marcó el inicio del milenio para una generación de varones ‘Peter Pan’, decididos a romper con la era de los yuppies para vivir a los 30 como adolescentes con remeras de bandas, incapaces de asumir más compromiso que el orden de sus vinilos.

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Es difícil volver a ver “Alta Fidelidad” sin sentir que el paso del tiempo corrió sobre todas esas cosas, y algo parecido ocurre con el propio Cusack, que quedó pegado a aquel personaje de un modo muy personal: nunca se casó ni tuvo hijos, ni se le conoció jamás una relación estable. Cuando le preguntaron por eso en un reportaje para la revista Elle, en 2009, dijo: “La sociedad no me dice lo que tengo que hacer”.

El actor acaba de cumplir 56 años y sigue determinado a no acatar mandatos sociales, aunque tal vez sea también algo de eso lo que lo ha mantenido lejos de los sets durante los últimos años.

Honestamente, no he estado demasiado solicitado desde hace algún tiempo”, le dijo a The Guardian en 2020, aceptando, tal como en cada una de sus últimas entrevistas, su decadencia como galán indie. Franco y sin demasiados filtros, tal como se muestra a diario en Twitter, donde es un activo antibelicista, demócrata, y defensor de los derechos, especialmente a la libertad de expresión. Es uno de los impulsores de la Fundación Libertad de Prensa y viajó a Rusia para manifestarle su apoyo a Ed Snowden, el analista informático que en 2013 filtró datos clasificados de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense.

Cusack debutó con un protagónico en 1985 en “Juegos de amor en la Universidad”, de Rob Reiner, y siguió con Un verano loco (1986), Un gran amor (1989) y una serie de películas con las que parecía camino a quedarse como una estrella adolescente.

La oportunidad se la dio Woody Allen, cuando lo incluyó en el casting de “Disparos sobre Broadway” (1994), pero el gran salto en su carrera en ese sentido fue con “¿Quieres ser John Malkovich?” (1999), con guión de Charlie Kaufman y dirección de Spike Jonze.

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En esa comedia negra, interpretaba a un titiritero desempleado de Nueva York que encontraba, de casualidad, una pequeña puerta hacia el cerebro del actor John Malkovich. Fue, junto a Alta Fidelidad –en cuyo guión colaboró– y Serendipity (2001), uno de sus últimos grandes éxitos.

Por entonces tenía sólo treinta y pico, y hoy ya lleva más de treinta de una carrera que llegó a resultar irrelevante para los mismos críticos que antes lo consideraban un nombre capaz de asegurar la taquilla de un proyecto. “Bueno, hace demasiado tiempo que no soy el actor del momento”, le dijo en 2020 a The Guardian.

Las 25 películas en las que participó en las últimas dos décadas pasaron en su mayoría completamente inadvertidas para el gran público: fueron estrenadas directamente en DVD o en plataformas de streaming mucho antes del auge de Netflix. Así, Cusack quedó atrapado en un extraño limbo entre el boom de los videoclubes donde las cajas de sus protagónicos estaban siempre a la vista y entre las más solicitadas, y un presente donde las plataformas lo marginan.

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En estos años fueron muchos los medios que intentaron explicar qué había sido de John Cusack, pero ningún argumento es concluyente en sí mismo. Hay quienes dicen que tomó malas decisiones al elegir sus trabajos –un rumor desmentido por él señaló incluso que dijo que no cuando le ofrecieron el papel de Walter White en Breaking Bad–. Hay quienes especulan con que se volvió demasiado grande para seguir haciendo de adolescente tardío sin rumbo y explotar su veta de galán romántico.

Otros aseguran que lo que le jugó en contra fue el misterio alrededor de su vida privada. A Cusack le atribuyeron romances con Uma Thurman, Jennifer Love-Hewitt y hasta una novia argentina, Lola Fernández –una actriz a la que conoció cuando estuvo en el país por un proyecto de Pablo Bossi y Juan Pablo Buscarini, en 2011–, pero nunca habló de su intimidad con la prensa, ni siquiera para promocionar sus películas.

En 2016, vendió todas sus propiedades en California y la casa en Malibú que había comprado en 1999, durante su apogeo, para volver a su Illinois natal. Igual que su Rob Gordon, ahora vive en Chicago. La explicación de Cusack sobre eso es, como siempre, más directa: “Hollywood es un put****, y la gente ahí se vuelve loca”, dijo en una entrevista que concedió en 2014 a The Guardian como parte de la promoción de Polvo de Estrellas, el film de David Cronenberg que, quizá no tan casualmente, giraba en torno a la obsesión por la popularidad que él parecía haber perdido.

También están los que creen que fue su verborragia en las redes sociales la que perjudicó su imagen. Sobre todo por su fuerte compromiso político con algunas causas que no caen tan bien en la industria, como la defensa de Snowden, a quien visitó junto a la escritora Arundhati Roy en 2015. Con ella escribió a cuatro manos el libro Things that Can and Cannot Be Said: Essays and Conversations (Cosas que pueden y no pueden decirse: ensayos y conversaciones) a su regreso de Rusia. Además, desde la fundación que creó, financia la libertad de expresión y de prensa en todo el mundo.

Un posteo en particular le trajo serios problemas en 2019, cuando retuiteó junto a una Estrella de David una frase en apoyo a Palestina: “Para saber quiénes mandan, simplemente buscá a quienes no se puede criticar”. La cita, a veces erróneamente atribuida a Voltaire, pertenece al neonazi estadounidense Kevin Alfred Storm. Cusack la remató con “Sigan el dinero”. Tuvo que retractarse y pedir disculpas luego de ser acusado de antisemita.

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